Por: Felipe Guerra García
Vándalos, pandilleros desalmados, contaminados por el odio y el desprecio, infiltrados entre las barras y grupos de animación, están dominando los estadios a fuerza de violencia desplazando y alejando de los escenarios a los auténticos aficionados al fútbol.
El balompié es el deporte de más influencia que atrae a las grandes masas, pero desgraciadamente, al seguidor, simpatizante o aficionado, este deporte no lo invita al autocontrol.
Por como está concebido, no es el deporte en sí, ni quienes lo practican, lo que induce al fanático a la violencia.
El fútbol, inexplicablemente, es el deporte en el que el público resulta ser más susceptible al cambio radical de su estado de ánimo en función al desarrollo del partido y al resultado.
En segundos el “aficionado”, deformado en fanático, cambia drásticamente su estado de ánimo y su carácter: alegría, tristeza, impotencia, frustración, coraje, se va tornando agresivo y el cúmulo de reacciones adversas e inclusive positivas, provocan la histeria estallando la violencia.
Desdichadamente estas reacciones del individuo no son casos aislados, tampoco en lo individual. Se registran en grupos, entre la multitud que asiste a espectáculos deportivos y las pasiones se desbordan con más facilidad en el fútbol soccer.
La violencia es más común en muchos de los estadios de fútbol soccer en el mundo, donde imperan las barras bravas, donde los fanáticos generalmente con sus arengas, le dan el toque de la agresividad verbal hacia el equipo rival, hacia los fans contrarios desatándose el duelo de la palabra al hecho, suscitándose batallas campales con resultados en muchos casos trágicos.
El más reciente fue el 11 de mayo del 2008 en el Estadio El Campin, durante el juego de liga del fútbol colombiano entre el Independiente Santa Fe y América de Cali en Bogotá.
Un seguidor del Independiente, Edixon Andrés Garzón de 20 años, murió apuñalado a manos de fanáticos del América; otro hincha del mismo equipo, Jasón Ruiz, fue agredido y lanzado desde las gradas al siguiente nivel por sus propios compañeros de la barra, siendo hospitalizado en estado grave.
En el mismo evento las barras provocaron una batalla campal, se enfrentaron a la policía; otros del Independiente invadieron la cancha para agredir al árbitro Fernando Paneso quien, durante el juego, había decretado un penal y expulsó a dos jugadores del Santa Fe, por lo cual lo culparon de que ganara el América de Cali 5 a 2.
Saldo: un muerto, 24 heridos, dos de gravedad, decenas de detenidos y para el colmo de todos los males, hay que agregar las absurdas “medidas drásticas” que tomaron las autoridades.
En los medios de comunicación colombiana informaron que el alcalde de Bogotá, Luis Eduardo Garzón quien, tras “condenar” los trágicos acontecimientos, advirtió que “si las barras bravas no se hacen una auto depuración, si no dan plena confianza, les prohibiremos la entrada al estadio.
Otro absurdo. Sabas Pretelt, Ministro de Interior y Justicia, “sentenció”: “O cambian su comportamiento o los vamos a sacar de los estadios”.
Ante tanta blandura seguramente las barras se han de haber reído de las autoridades con el “uuuy que miedo, mira como tiemblo”.
¿Qué esperan? ¿Otra desgracia mayor? ¿No bastó la muerte de un hincha y los heridos para tomar acción directa, drástica y castigar a las barras por los crímenes cometidos?
¿No ha sido suficiente con lo acontecido en mayo del 2004, con la muerte de un fanático del Júnior al enfrentar a la policía, las cinco personas seguidoras del América de Cali, asesinadas en el estadio El Campin, también el año pasado?
Hay motivos de sobra para prohibir el ingreso de las barras por largo tiempo. Les faltó valor a la autoridad, ha sido mucha la tolerancia y ante la impunidad, sigue la violencia.
A lo largo de la historia del fútbol, en todo el mundo se han registrado hechos sangrientos en los estadios en sus alrededores, iniciado primero por los hooligans en Inglaterra cundiendo el mal ejemplo en Europa, Asia, Medio Oriente, África y América Latina.
En México también se han registrado hechos sangrientos como el del trágico Túnel 29 del Estadio Olímpico México 68, donde murieron aplastados 7 aficionados y más de 70 resultaron heridos durante el encuentro por el título del fútbol mexicano entre Pumas –América en mayo 27 de 1985, consecuencia de sobre cupo.
Se han registrado choques, en algunos casos con saldo de heridos y detenidos, entre las diferentes barras del América, de las Chivas, de los Pumas, de Tigres, Rayados, Santos, del Pachuca entre otros seguidores de varios equipos y siguen sin disciplinarse.
De los muchos casos trágicos en el mundo a lo largo de los años citamos algunos.
El de la Copa Inglesa en 1946, recién terminada la II Guerra Mundial, se registró el primer hecho sangriento más notorio por tratarse en un evento deportivo, fue durante el juego entre el Wanderers y el Bolton, con saldo de 33 muertos y más de 400 heridos.
En América del Sur, en Lima, Perú causó conmoción mundial la tragedia por la muerte de más 300 aficionados a raíz de los tumultos registrados durante el partido entre las selecciones de Argentina y Perú el 24 de mayo de 1964.
En Grecia, el ocho de febrero de 1981, durante el cotejo entre el AEK Atenas y Olympiacos, 21 personas murieron y 50 resultaron heridos al provocarse el pánico entre los aficionados que trataban de escapar de un incidente por un acceso cuyas puertas estaban cerradas.
Una tribuna de madera del estadio Bradford en Inglaterra se incendió provocando la muerte de 52 aficionados y alrededor de 75 aficionados resultaron con graves quemaduras.
Durante la final de la Eurocopa en Bruselas, el 29 de mayo de 1985, 39 aficionados murieron y más de 400 resultaron heridos en el Estadio Heysel ante la avalancha de aficionados que se arremolinaron sobre los barandales del segundo nivel derribando parte de las gradas.
Por disturbios en las gradas que causó pánico, el 12 de marzo de 1988, murieron 70 aficionados en el estadio Katmandú en Nepal; en otro hecho, 40 aficionados murieron y 50 resultaron heridos en Suráfrica como consecuencia de una batalla campal entre hinchas de Orlando Pirates y Káiser Chiefs el 13 de enero de 1991.
La policía de Harare, durante el juego entre Zimbabwe y Sudáfrica por la clasificación para el Mundial de Francia, lanzó gases lacrimógenos para disolver una reyerta entre aficionados en las gradas con saldo de 12 muertos y cientos de heridos por el pánico provocado.
La historia de actos vandálicos, disturbios dentro y fuera de los estadios alrededor del mundo es interminable y en estos se han visto involucrados directamente los fanáticos y las autoridades, indirectamente los futbolistas, árbitros, federativos y medios de comunicación, quienes en conjunto han sido incapaces de prevenir y controlar la violencia en los estadios.
Fuente: http://www.noticias.com (Colombia)
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